jueves, 1 de diciembre de 2011

Camino

El sujeto andaba, por el centro de la senda. Sus pasos repicaban en el empedrado húmedo; embotado en su grueso sobretodo negro, iluminado por la pálida luna. El paso presuroso, y la mirada tensa. Parecía esconderse dentro de su abrigo, cada vez que esta se ocultaba tras alguna nube. Su frente cubierta de miles de gotitas de sudor, el eco de sus pasos alejándose camino abajo, perdiéndose para siempre en la oscuridad infinita. Le vi pasar frente a mí, en ese banco donde estaba sentado. Le vi mirarme aterrado cuando la luz del fuego, que prendía mi tabaco me iluminó el rostro. Le vi adentrarse en la oscuridad y perderse, sumido en un miedo absoluto. Mi rostro se iluminaba de tanto en tanto por la brasa incandescente. La primera campanada sonó fuerte y clara como solo el silencio de la noche puede hacer escuchar los sonidos. Mire hacia la torre de la iglesia, no muy lejos, por el camino, que minutos antes ese hombre había andado. La segunda, dong, parecía estar al lado mío clamando. Entonces mientras mi vista acomodaba las líneas más claras, dibujando la silueta del campanario. Ella empezó a andar el camino, como si sus pies no tocasen la tierra. La vi, cabellos negros, salvajes al viento; un vestido tan blanco que le daría envidia a la nieve, deslizándose, siguiendo los pasos de aquel singular hombre. Tez pálida como la luna misma, note la bruma que cubría el suelo, note su paso... inmutable, la vi pasar frente a mi como no hacia más de un minuto aquel tipo lo había hecho. Estaba frente a mí, cuando note que podía ver a través de su vestido, podía ver su figura, podía ver los árboles, detrás de ella. Corrí, no tan solo quise correr, mis piernas no me hicieron caso, solo pude seguirla con la mirada, y ver como se desvanecía en la nada algunos metros más adelante. Al sonar de la decimosegunda campanada. Ni el sabor amargo del filtro quemándose, logro que moviera un músculo, empecé a caminar cuando la campana reanudó su sonar, o eso creí; tres veces taño, tres veces y se detuvo, mientras caminaba esos pasos, embutido en mi abrigo, y temeroso de la oscuridad.


Corvalán Carlos Agustín: Julio 3 1997

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